Tanto de los orígenes de Salduero, como de su iglesia tenemos noticias a través de los historiadores de la Abadía de Valvanera. Las noticias sobre el abad Íñigo son la primera referencia que tenemos a cerca de Salduero.
 
Como en numerosa ocasiones sucede, un hecho con base histórica se convierte con el paso del tiempo en leyenda, y así, algunos de estos historiadores del monasterio Riojano nos han dado cuenta de ciertos hecho  que rodearon al abad,  más fruto de la leyenda y de la tradición que de datos históricos.
 
Así se nos cuenta que Don Ínigo, siendo abad de Valvanera, tuvo que salir hacía Salduero a cuidar de su hacienda y ver los ganados de ella que pastaban allí. A la hora del mediodía quiso dar descanso a su cuerpo y a dos monjes que iban con él.
 
Unos monjes le ofrecieron lo que tenían, que era centeno y leche de oveja. Al bendecir los alimentos advirtió el abad que los monjes se afligían viendo como los pastores se quedaban sin sustento para dárselo a ellos.
 
Al momento el abad se puso a rezar, levantando las manos y los ojos y fue tan eficaz su súplica que al instante se vio un águila en el aire que trajo entre sus uñas un pez tan grande que bastó para sustento del prelado, sus acompañantes y de los dos monjes.
 
Siguiendo con el viaje de Don Íñigo hacía tierras de Salduero se cuenta como al levantarse de la mesa tras el milagros del pez, le dio la enfermedad de la muerte, al sobresaltarse una fiebre. Los tres monjes, sin embargo, continuaron hasta encontrar la ermita de San Juan, donde después se alzaría la iglesia del mismo nombre en Salduero.
 
Al lado de dicha ermita había una fuente caudalosa que formaba una gran balsa y en ella se criaban muchas ranas, las cuales, con su desapacibles canto no dejaron descansar a los hermanos  benedictinos. El abad calmó a sus compañeros, diciendo que eso no duraría mucho tiempo, y así sucedió, por que al acudir al día siguiente, hallaron a todas las ranas muertas.
 
El abad Ínigo no pudo resistir que le acuciaban desde hacía varios días y el 18 de Julio 1117 murió. Como en aquellos días de Julio hacía mucho calor, con el fin de llevar su cadáver con más decencia, los monjes procedieron abrir su vientre y entrar sus entrañas cerca de la ermita de san Juan,
llevando el cuerpo a Valvanera.
 
Pasó el tiempo casi se borró el recuerdo de sus milagros, hasta que ocurrió que cuantos animales pasaban por aquella parte en que enterraron las vísceras del abad perdían la vida, por lo que se reverenciaron sus reliquias en aquel campo y erigieron en el mismo una iglesia con el nombre de San Juan Bautista.

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